“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” Mateo 28:19-20.
El último mandato de Nuestro Señor, justo antes de su ascensión, fue esparcir las Buenas Nuevas de Salvación hasta el último confín del mundo. Sus discípulos recibieron esta comisión de manera directa y nosotros con ellos, al estar fundamentados sobre la doctrina de los profetas y los apóstoles.
Existen dos razones fundamentales por las cuales todo cristiano debe verse impelido a proclamar el Evangelio de Vida. La primera, amamos a Dios y Dios nos lo ha ordenado. Por respeto, amor y obediencia hemos de cumplir sus preceptos y como su orden directa, dicha de modo que no queda lugar a las dudas, es “id y haced discípulos”, un cristiano genuino sentirá la necesidad de hacer aquello que su Señor le manda. La segunda, amamos a nuestro prójimo. Lo ilustro con un ejemplo, suponga usted que alguien nota en plena madrugada una casa donde se ha desatado un incendio y sabe con certeza que por causa de la hora toda la familia se encuentra durmiendo plácidamente ignorando la terrible amenaza que sobre ellos se cierne. Si dicha persona no avisare a sus vecinos del peligro que corren su actitud podría ser considerada no como una simple indolencia, sino como una actitud criminal. De este mismo modo, un cristiano, conocedor de las bienaventuranzas que una persona experimenta al recibir a Jesús como Señor de su vida y a sabiendas del horrendo destino final de los hombres sin Dios, necesita avisar con urgencia a todos, para que siendo advertidos se salven de las llamas eternas. Si ignoramos esta necesidad seríamos también indolentes y viles. Amamos a Dios y amamos al prójimo como nos ordena el Señor de nuestras vidas, por lo tanto predicamos.
Sin embargo, a pesar del mandamiento y la disposición a obedecerlo, existen obstáculos externos que, si bien no impiden, dificultan la labor misionera de la Iglesia en nuestro país. Para ser justos, hemos de reconocer que en la última década como iglesia cubana hemos gozado de una mayor apertura y aceptación por parte de las autoridades, a pesar de ello queda aún mucho terreno por ganar. Este tema no es en lo absoluto materia vencida.
Sabemos que en todos los lugares existen personas, las cuales, como un disfraz, adoptan posturas y “credos” para obtener de ellos beneficios y dividendos. La Iglesia de Jesucristo tampoco está exenta de este peligro, pero el exceso de regulaciones que frena el saludable desempeño de las comunidades cristianas no es la respuesta. No abogamos por el anarquismo, las leyes son útiles y necesarias, pero defendemos la postura de permitir una flexibilización en las regulaciones para la plantación de nuevas misiones y la adquisición de nuevos templos.
La iglesia de Jesucristo tiene una función social, mostrar a Dios a la comunidad, a través del ejercicio de la misericordia y la proclamación de las Buenas Nuevas de Salvación. Ninguna de estas dos formas de acción puede resultar nociva a la sociedad. Ganando cristianos el Reino de Dios ganan las familias mejores padres y madres. Ganando hijos el Señor gana el país ciudadanos más obedientes de las leyes, personas con principios y valores más elevados quienes serán un influencia positiva para sus colegas, amigos y vecinos y servirán de ejemplo en una sociedad donde se busca precisamente rescatar valores éticos y morales. No es, ni puede ser malo que el Reino de Dios se expanda y crezca, pues al crecer el Reino de Dios aumentan el amor y la paz, que a final de cuentas toda sociedad humana necesita.
¿Como pueblo de Dios qué podemos hacer para superar las barreras y que el Evangelio fluya como un río impetuoso? La respuesta es simple: Predica la Palabra. Insta a tiempo y fuera de tiempo. No solo en los templos está el Señor. Dios está con cada hijo suyo que en una guagua, en una cola de farmacia o del agro, en una conversación con su vecino, sabe decir lo que Jesús hizo en él, y puede transmitir las esperanzas de salvación que ahora alientan su corazón al abatido y al desesperado. La iglesia primitiva no comenzó su expansión construyéndose templos fastuosos que luego se llenarían de fieles, su eclosión tuvo lugar en los hogares de los hermanos, reunidos en lo que hoy llamamos células de oración. Cada creyente que tiene un techo tiene la responsabilidad de convertirlo en un templo.
La iglesia no es un edificio. La iglesia es la comunidad de fieles que se reúnen en el nombre del Señor bajo un árbol, en un parque, en una azotea o en la sala de una casa. Lo que nos hace iglesia no es la posesión de una personalidad jurídica (algo de lo que no niego su necesidad) ni la posesión de una edificación llamada templo (tampoco niego la comodidad que esto representa y sus ventajas).
Porque Jesús es la "piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa", sobre Él se edifica la verdadera iglesia, la que encuentra su fundamento en la doctrina de los apóstoles y profetas y tiene por única cabeza mística al Nazareno quien la compró con su sangre, por esta razón la iglesia de Jesucristo es un organismo vivo, que se expande desafiando el tiempo y las dificultades y que solo dejará de anunciar la verdad para la cual fue comisionada en el glorioso día final de Su segunda venida. Este cuerpo, al cual pertenecemos, desea con todas sus fuerzas que todos los escogidos lleguen a su reposo en Dios. Iglesia Cristiana Reformada, levántate, sacúdete el polvo y predica. Nada te detenga. Reformado cristiano da tu casa para que nazca en ella una iglesia, funda una célula y la bendición del Señor será con tu hogar y los tuyos. Esfuérzate y sé muy valiente porque el Señor tu Dios estará contigo (Josué 1:9).
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