Muy frecuentemente leemos en las noticias que tal o más cual actor, millonario o empresario donó una cantidad impresionante de dinero a un orfanato o que financia una obra de caridad importante. Estas obras desde el punto de vista humano se pueden considerar como muy loables, veamos si el Señor las percibe como tales.
La respuesta a esta interrogante, aunque nos castañeen los oídos es una sola: El Señor no percibe las buenas obras de los no regenerados. Usted pensará entonces que es injusto que si los no cristianos hacen buenas obras Dios no las mire con agrado. En verdad sería injusto, pero resulta que los no regenerados NO HACEN BUENAS OBRAS (no hablo desde el punto de vista humano).
Puede afirmarse que las “obras buenas” de los no cristianos son vistas por Dios como actos pecaminosos. Para juzgar la justicia de una acción debe mirarse primero la procedencia de la misma y las razones que la impulsan. En el caso de los inconversos ni la procedencia ni las razones son puras.
La fuente de las que proceden es corrupta y los motivos son impuros. Podemos afirmar de manera categórica que el corazón de la persona no regenerada está dominado por el pecado. Siendo que Dios no ocupa el centro del corazón de tal persona resulta imposible que las obras que hace tengan el objeto de glorificarle. El primero y gran mandamiento en la Palabra es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…”, el que abroga este mandamiento se hace culpable del más grande de los pecados, y el que incumple un punto de la ley, declara la Biblia, se hace transgresor de toda la ley.
Aunque las obras “buenas” de las personas inconversas tengan algún valor para la sociedad humana, delante de Dios no valen absolutamente nada. Jesús dice: “El árbol malo da frutos malos.” Mt.7:17. “Todas nuestras obras como trapo de inmundicia”, así describe el profeta Isaías a la justicia humana, de trapos inmundos no se puede confeccionar un vestido digno.
En segundo lugar, los motivos que los impulsan a realizar estos actos son impuros porque “todo lo que no proviene de la fe es pecado”. Cualquier otro motivo que aliente el corazón del hombre que no sea primeramente el de honrar a Dios, es ya de facto un motivo egoísta.
Las obras de una persona no pueden ser aceptas delante de Dios antes que la misma fuente de las obras lo sea. Cuando los no regenerados hacen obras buenas se perciben a sí mismo como buenos, anulando en su mente la ley de Dios, pretendiendo satisfacer la medida de su propia justicia. Incluso cuando estas obras aparentemente estén en sintonía con la Ley divina. El regenerado hace buenas obras como una señal de un corazón purificado, alentado por el Espíritu Santo, y cumpliendo con agrado la primera y segunda Ley más importante: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
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