jueves, 5 de junio de 2008

Perseverancia de los santos.

Uno de los consuelos del calvinista respecto a su salvación es que ha recibido de Dios un don invaluable, la perseverancia. Este don es otorgado por el Señor a todos los creyentes y es la garantía de que no caeremos de la Gracia ni perderemos nuestra salvación.
Los que no comprenden la esencia de la doctrina de la perseverancia de los santos, conocida también como seguridad de la salvación, tienden a rechazarla pensándola como una licencia para pecar deliberadamente. Todos los calvinistas hemos tenido muchas veces que explicar a otros que la seguridad de la salvación no es el mito del “salvo siempre salvo” que ellos conocen y del cual se aferran para acusarnos de liberales y pecadores.
La preservación de la fe de un cristiano no se debe a los propios esfuerzos que el mismo realice para hacer la voluntad de Dios. Nuestras fuerzas, enflaquecidas por la debilidad de nuestra vieja naturaleza, no son suficientes para preservarnos. Ciertamente si dependiera de nuestros esfuerzos todos perderíamos la salvación antes de la media hora de haberla recibido. Sin embargo, Dios apiadado de nuestra inconstancia natural y de nuestra debilidad, ha provisto un mecanismo excelente para hacernos perseverar en la fe: Ha quitado esta carga de nuestros hombros y la ha tomado toda para sí, proporcionándonos el consuelo bienhechor de que no podremos zafarnos de sus manos, porque somos suyos y Él nos cuida.
Innumerables son los textos bíblicos que corroboran estas afirmaciones:
En Fil. 1:6 ( “…estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo… “) obtenemos la promesa de la perfección de la obra de Dios en nosotros. Esta promesa quedaría frustrada si el menor de los hijos de Dios se perdiera, pero sabemos que Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta.
Jesús reafirma que somos suyos en Jn. 10:29 (“Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”). Nadie nos puede arrebatar de las manos del Omnipotente Padre.
Nuestro sumo sacerdote realizó un sacrificio expiatorio suficiente para recibir el perdón eterno de nuestras faltas. Si alguno de aquellos por los que Cristo murió se perdiera la sangre de la cruz sería deshonrada. Heb. 10:14 “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.”
En Heb. 7:25 “…por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.” Observamos que Dios tiene el poder para salvar perpetuamente a los que le buscan, de modo que con toda certeza nos sabemos salvados eternamente.
Un pasaje consolador que no puede hallar cumplimiento cabal si no lo vemos a la luz de nuestra seguridad de salvación es:
Ro. 8:33-39 “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Nada, ninguna cosa creada, ni aun nosotros mismos somos capaces de arrebatarnos de las manos de Dios.
Algunos pensarán que teniendo esta certeza de salvación la santificación es innecesaria y que podemos practicar el pecado porque estamos seguros de no perdernos. Los que así piensan y así viven, sencillamente no han nacido de nuevo, porque “aquel que está en Cristo nueva criatura es, las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.” La palabra de Dios nos revela Su voluntad para sus hijos: 1 Jn. 3:9 “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.”
El ser humano regenerado ahora hace la voluntad de Dios con agrado y gratitud de corazón, no como aquel que es forzado a pagar el regalo que ha recibido, pues en ese caso dejaría de ser regalo para convertirse en salario. El Espíritu Santo, nuestro guía, nos muestra la voluntad de Dios y nos constriñe cuando pecamos. Aun cuando estamos seguros de no perdernos nos duele, como a cualquier cristiano, ofender a Dios. No ya por el cruel temor de caer de la Gracia sino por la ingratitud de ofender y entristecer a quien nos ha dado la vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola: quisiera saber si Jesus Rivero es el pastor que reside en USA, porque aqui a buenos aires vino uno que se dijo el millonario pastor, y trajo sobres y les pidio a las personas reunidas en el culto, que pusieran una cantidad de dinero. Pocas veces he visto manejar tan habilmente la mente de la gente en beneficio propio. Se llevó, mintiendo descaradamente, una suma que no era la esperada por él, pero fue literalmente robada a la gente gracias a su verborragia.

Eglis Alvarez López dijo...

No, sin dudas no se refiere al mismo Jesús Rivero que yo, el que integra el Comité ejecutivo de la Iglesia Cristiana Reformada en CUBA, es un muy sencillo pastor cubano, nada que ver con el que menciona. Es un siervo de Dios que como cualquier pastor cubano vive de manera bien humildemente. Si algo caracteriza a los pastores cubanos no es el ser millonarios sino enfrentar más penurias económicas incluso que sus ovejas con el fin de servir a Cristo.
No hay dudas de que no es el mismo Jesús Rivero.