viernes, 31 de octubre de 2008
Sin fe es imposible agradarle
“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” Heb.11:6.
Una enorme verdad práctica es esta. La incredulidad es el fruto del orgullo y se opone diametralmente a la humildad. El incrédulo se resiste a creer en Dios porque no halla en sí mismo, en su orgullo, una razón para creer. Si a causa de algún sentimiento o pensamiento mío yo rehuso a creer en Dios, estoy haciéndome a mí mismo mejor que Él y esto es idolatría. Si me niego a creer en Dios estoy negando, además, las características y atributos que lo hacen digno de toda confianza. No hay mayor ofensa que no tenerle confianza, cuando no le creemos digno de nuestra fe le hacemos mentiroso (1Jn.5:10).
Si Dios declara su amor y yo no lo creo por las razones que fueren, manifiesto el orgullo inherente a mi naturaleza. El amor de Dios se derrama gratuitamente, jamás atraído por los méritos que no poseemos sino por su benevolencia y nuestra necesidad. Como pecadores debemos dar gloria a Dios y gracias infinitas que siendo el nuestro un Dios tan grande se preocupa de amarnos. Cuando nos acerquemos a Dios no pensemos jamás en la posición que merecemos, nunca será digna ni buena, sino en el lugar que Él merece en nuestros corazones.
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